Vaya por delante que habíamos escrito un primer texto que era más virulento pero éste ha ido a la papelera.
Nos referíamos en ese profundo escrito a la profesión de informador "que no de periodista", en su versión de informador deportivo, singularizando en un personaje “de cuyo nombre no nos queremos acordar” en respuesta a sus múltiples comentarios desatinados.
Decíamos, aunque con más hipérboles, sobre el singular informador deportivo, que en él recaen ciertos prejuicios. Hay quien considera que la principal característica del ignaro informador deportivo tiene la cualidad de enchufarse en los medios de comunicación, hecho que "marca" una vida de alegría, despreocupación y eterna adolescencia que se refleja en un cerebro a medio cocer.
Según esta opinión, el singular informador, que además atesora la falta de preparación y cualificación para informar en el área deportiva de un medio que se precie, pero ya se sabe, ¡Las mangas son las mangas!
No negamos que conocemos a periodistas que no informadores (intrusitas) que responden al arquetipo, de profesionales independientemente de su tendencias o pareceres. Sin embargo, hay otros, muy pocos, como al que nos referimos, cuyas inquietudes generales responden a las de la gente de su edad y aquí hay gente de todas las edades y cortes de pelo. Es evidente que el deporte (la información deportiva) no tiene influencia en la economía o la política internacional, pero no debería ser menospreciado por tratarse de un entretenimiento, cuando lo son también el cine o el teatro, sin que a nadie se le ocurra subestimarlos por eso. Entendemos que el objetivo del periodista deportivo debe ser contestar al prejuicio con calidad en los temas y elegancia en las formas. Y en eso se anda.
Y siguiendo con el hilo, debemos afirmar, que el citado informador adultera siempre que puede la información referida al C.B. Canarias, bombardea una y otra vez con comentarios gratuitos y retorcidos, convirtiéndose en una fijación "casi maniaca".
Lo admitimos: nos parece un personaje insoportablemente frívolo y anodino.
A la espera que nuestra opinión no se tome como intrusismo o se transforme en la palabra sagrada, debemos despedirnos prometiendo, que, para la siguiente ocasión no comentaremos nada más de este personaje, asunto que nos ayudará a todos.
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